Para los pueblos primitivos, el sol era la luz del espíritu y la sombra era su “doble negativo”: su alter ego, su alma.
Marina Llorente – desde muy joven- se sintió atraída por ese misterio – “sombra misteriosa” – que implicaba la realidad del mundo y la existencia humana. Y así ha intentado hasta hoy penetrar su sentido: ese lado oscuro de cada objeto y de la individualidad, esa proyección fuera de sí, ese acuerdo – ¿o desacuerdo? – entre la conciencia y la conducta, entre el ser y parecer.
Como pintora – al observar la realidad circundante – ha ido indagando ese dilema esencial. Y con una maestría pictórica admirable, sus cuadros han ido revelando esa especie de ascesit, a veces difícil, para hallar la expresión artística y emotiva, real y tras real, de esa búsqueda. En los cuadros que nos presenta hoy, luz y sombra conviven, se abrazan, se distienden, se proyectan fuera de sí, reflejan lo que no se ve pero que se intuye presente: sin huir, permanecen, sobrepasan lo que son y “trascienden”.