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TEXTOS
ESCRITO SOBRE LA PATATA - José María Parreño 5-I-2015

Cuando un coche o un tostador se estropean una y otra vez, decimos: “es una patata”. Cuando lo hacen en el momento menos oportuno, podemos matizar: “es que es la monda”. Son términos con connotaciones despectivas, que incluso podríamos formular combinados, si la situación fuera verdaderamente ridícula además de catastrófica: “es la monda de una patata”. No se me ocurre tema menos apropiado para convertirlo en escultura, con tantas cosas nobles y hermosas como hay en el mundo.

Una causa, entre otras muchas, por la que las mujeres no han obtenido reconocimiento como artistas a lo largo de los siglos, ha sido por la temática de sus creaciones. Tareas domésticas como limpiar o cocinar, ocupaciones maternales como peinar a un niño o darle el pecho, escenas íntimas y sinceras –esto es, no miradas por un ojo masculino- como lavarse o desvestirse… Temas menores, muy menores, que para nada alcanzaban el rango de las cosas importantes que pintaban los varones, estas sí, propias de un arte que merecía tal nombre: vida callejera, vida social, ejemplos de dignidad o heroísmo, desnudos femeninos o al menos bodegones de caza –una variante de lo anterior.

Al pelar patatas se me queda en las manos un resto de tierra. La carne vegetal recién descubierta está húmeda y se forma en los dedos un barrillo que enseguida quiero lavar. Las mondas -una tira de piel que intenta la espiral y cuya curvatura evoca el volumen oblongo que recubrió- rápidamente se rompen y se aplanan. Las amontono, las arrastro camino de la basura. Si pelas muchas patatas te duelen los dedos de empujar el cuchillo. Es un trabajo monótono. No se necesita para hacerlo ni una pizca de inteligencia. En muchos lugares pelar patatas es la tarea más baja o un castigo. Y sin embargo, la patata que vino de América, en el siglo XVII salvó a Europa de la hambruna. En las culturas andinas el tiempo se medía por lo que se tardaba en cocer una patata. En Alaska sirvió de moneda. Y fue el primer vegetal que se cultivó en una nave espacial.

Leopold Bloom, el protagonista del Ulises (1922) de Joyce, lleva una patata en el bolsillo, como un talismán. El primer cuadro en que se muestra la singular personalidad de Van Gogh se titula Los comedores de patatas (1885). Basten estas dos referencias para colocar la patata en un lugar de honor en la cultura moderna. Pero más allá de esto, aquí esta, recién inaugurado el sigo XXI, y como corresponde a un tiempo que prefiere lo evanescente a lo sólido, lo periférico a lo central, una obra dedicada no ya a la patata (al “delirante marfil fino de las patatas” como escribió Neruda), sino a sus mondas. Mondas de patatas: serpentinas de los basureros. Ese del plural del desperdicio, pues no hay patata que se pele sola. Collar del topo, alfombra de las larvas.

Marina Llorente fabrica delicadas esculturas de bronce patinado, que imitan a la perfección una monda de patata. No contenta con esto, acompaña cada una de ellas con su perspectiva diédrica. Lo que cualquiera de nosotros habría empezado por tirar a la basura para –entonces ya- ponerse a hacer una obra, se convierte precisamente en el tema de la obra. Desde que Tàpies hizo una escultura monumental con un calcetín, no ha habido disparate semejante. Darle tanta importancia a lo que no la tiene es una especie de defecto óptico (pero de la sensibilidad). O un ejercicio de humildad, para acercarse a lo más humilde. Y desde allí, con ello, regresar y abrirle la puertas de los salones. Quizás si aun existen salones, artistas y público es gracias a las patatas. Cuyo hombro blanco amanece tras el striptease de sus mondas. Conmueve ver una peladura de patata analizada y dibujada como si fuera única. Tratada con tanto respeto. Convertida casi en una joya. Rehabilitada la patata y su tiznada piel, nos sentimos rehabilitados todos, que somos tan vulgares como ellas, tan prescindibles, tan poca cosa. Ahora ya también sabemos nosotros que merecemos un lugar en el mundo.

José María Parreño.

ÓLEOS Y DIBUJOS - Concha Zardoya 23-IX-1990

Marina Llorente nos brinda unos óleos y dibujos cuidadosamente realizados que, al instante, nos invitan a contemplarlos con atención suma, a fijarnos en cada uno de sus detalles pues de ellos depende – separados y en conjunto – la valoración total de la composición pictórica. No basta esa mirada rápida que es suficiente en tantas exposiciones de hoy. No podemos eliminar volúmenes ni perfiles, ni luces, ni sombras, ni, reflejos, ni combinaciones cromáticas.

Percibimos una voluntad de perfección que sería injusto desdeñar. No nos atrae ninguna magia surrealista, ningún expresionismo más o menos violento, sino un halo poético que emana de la realidad pintada o dibujada. Es una atracción visual y, al mismo tiempo, hondamente lírica. Estos bodegones con sus frutas, flores, jarras de cristal, porcelanas, cerámicas, objetos del vivir cotidiano…, situados en conveniente posición sobre albos manteles o rasa madera, irradian una poesía que, a veces, despierta un leve sentimiento de melancolía – rosas marchitas de rara perfección formal -, pues evocan caducidad pero también amor que sobrevive. Los bodegones con fondo de exultante azul, sólida y compacta composición, en cambio, confortan y exaltan, insertos en un orden pictórico liberado de vacilaciones, en una clara aspiración a la serenidad, seguros ya en el espacio que ocupan y señorean. Belleza sensible y también anímica emana de estos bodegones y dibujos, realizados con dedicación y exactitud. Ni una sola incongruencia irreflexiva es en ellos perceptible, aunque – por otra parte – domina el don de lo sorprendente. Inmediatez y reflexión se conjugan con una luz que, siendo exterior, sugiere interioridades propias. Las atmósferas paisajistas sombrías insinúan estados anímicos, correlaciones espirituales que nos convocan más allá – o más adentro – de lo que vemos pintado: una reja, paredes desconchadas, ventanas que ocultan hogareña intimidad… Leves figuritas humanas afirman su presencia real y poética.

Nunca son superficiales estos paisajes – que culminan en el que podría titularse “La Fuente”, cuadro logradísimo por su intensidad y misterio -, ni estos bodegones de frutas y flores, ni estos coloreados dibujos íntimos o personales. Delicadeza y ternura, cuidada y minuciosa factura testimonian un conocimiento de la buena tradición española y universal, pero demuestran una personalísima interpretación y ejecución de los temas elegidos, pues de ellos se irradia siempre ese halo poético que conmueve y sorprende tanto como esa apurada técnica detallista – casi miniaturista – de unos y el gran sintetismo de otros. Lo que pudiera parecer preciosismo no exento de encanto, es realmente la transfiguración pictórica de un estado anímico, de vivencias, de recuerdos y acaso de hondas simbolizaciones humanas.

Delicadísimas representaciones en que el cristal, el agua, las flores… revelan una finísima sensibilidad y no menos maestría artística. De apagados colores avanza al rotundo cromatismo de azules y naranjas, de verdes y de blancos; del sutilísimo detalle a la sobriedad compacta; de la melancolía a la exaltación máxima de lo vital, a la dureza del bronce… Las texturas pintadas evolucionan desde la fragilidad de unos pétalos marchitos a la corporeidad del volumen rotundo: la pálida levedad se resuelve en un triunfo de la luz y de la materia. Los paños – antes pintados hilo a hilo – ahora son telas sólidas, blancura densa que enmascara su urdimbre o su bordado, en total cohesión con la grave sobriedad alcanzada tras arduo esfuerzo.

Maurice de Vlaminck decía: “¡Tal hombre! ¡Tal pintura! Se lee mas fácilmente el carácter del hombre en su pintura que en las lineas de la mano”. La pintura de Marina Llorente nos evidencia que trabaja con tanto amor que es casi sufrimiento y que éste sólo cesa si ella consigue al fin la calidad deseada, el cuadro soñado.

Ojos atentísimos , mano experta, habilidad técnica, pericia cromática, configuran la personalidad de Marina Llorente. La contemplación detenida de sus oleos u dibujos nos enriquecen sugestivamente. El entorno trasluce un dintorno y una evolución artístico – biográfica, desde la meticulosidad a la síntesis, desde la finura del lápiz y desde la pincelada mínima a la más fluida y amplia, cargada de color y corporeidad.

Marina Llorente no busca la poesía de lo absurdo que anhelaba – por ejemplo – Magritte, sino la poesía de la realidad cotidiana que nos acompaña para salvarnos de la soledad metafísica.

Concha Zardoya.

LA SOMBRA - Concha Zardoya 28-I-2004

Para los pueblos primitivos, el sol era la luz del espíritu y la sombra era su “doble negativo”: su alter ego, su alma.

Marina Llorente – desde muy joven- se sintió atraída por ese misterio – “sombra misteriosa” – que implicaba la realidad del mundo y la existencia humana. Y así ha intentado hasta hoy penetrar su sentido: ese lado oscuro de cada objeto y de la individualidad, esa proyección fuera de sí, ese acuerdo – ¿o desacuerdo? – entre la conciencia y la conducta, entre el ser y parecer.

Como pintora – al observar la realidad circundante – ha ido indagando ese dilema esencial. Y con una maestría pictórica admirable, sus cuadros han ido revelando esa especie de ascesit, a veces difícil, para hallar la expresión artística y emotiva, real y tras real, de esa búsqueda. En los cuadros que nos presenta hoy, luz y sombra conviven, se abrazan, se distienden, se proyectan fuera de sí, reflejan lo que no se ve pero que se intuye presente: sin huir, permanecen, sobrepasan lo que son y “trascienden”.

Y siempre con belleza, con singular perfección técnica y cromática.

Infinitud de sombras que vemos o no vemos, enigmáticas, acuciadoras, inquietantes.

Marina Llorente quiere ver más allá o más lejos de lo que mira o siente: sobrepasar los límites de lo que existe- no “virtual”- pero condenado a destrucción. Concede “sobrevida” -poética y estética- a las ramas, las hojas y hasta la piedra solitaria que la lluvia o el viento podrían condenar a ser polvo o nada. Trascendidos, sobreviven y quedan para siempre.

Concha Zardoya.

RESEÑA EN EL ADELANTADO DE SEGOVIA - Rodrigo González 17-I- 2016

Palacio Quintanar, el centro de innovación para el diseño y la cultura de la Junta de Castilla y León en Segovia, presenta la exposición: “Estímulo y respuesta”. Una exposición en la que la consagrada artista segoviana, Marina Llorente, eleva las mondas de patata a la categoría de arte”. Esta es la escueta y curiosa nota de prensa de la exposición de Marina Llorente. Leída sin más atención puede parecernos una invitación chocante, rara, extravagante incluso, por el hecho de tomar como tema artístico algo tan caduco, evanescente, banal, residual como la monda de una patata y tener la pretensión de hacer con ella arte. Cualquiera puede pensar que vistas tantas cosas raras como con frecuencia vemos con el apelativo de artístico, esta pudiera ser una más de las tantas rarezas, originalidades, ocurrencias, del llamado arte contemporáneo, al que ya nos faltan adjetivos para nombrar. Alguien despistado pudiera dudar si ir a ver la exposición ofrecida por no tener que responder de nuevo a la cansina pregunta: Pero, ¿esto es arte? Así titula Cynthia Freeland un exitoso ensayo en la editorial Cátedra (Cuadrenos Arte).

Tanto solo les pediría que no precipitaran su juicio y asumieran el nada arriesgado compromiso de ver la exposición de referencia en Palacio de Quintanar. Por otra parte hay una amplia oferta de exposiciones en el viejo caserón palaciego entre las que elegir y dedicar su tiempo con presuntas garantías de acertar. Pero les propongo que vean la exposición de Marina Llorente y les aseguro que se quedarán muy gratamente sorprendidos, es más, llegarán fácilmente a la conclusión de haber visto una de las exposiciones más cuidada, rigurosa, exigente y, a la vez, más laboriosa, conceptual, crítica, creativa y bella que hayan podido ver en Segovia en mucho tiempo. Arriesgo esta invitación con la seguridad de no fallarles.

En la por ahora sala de la chimenea de la primera planta, a falta de otro nombre el remodelado espacio del Palacio Quintanar, expone Marina Llorente y en ella nos regala todo un curso de creatividad, tal y como nos cuenta ella misma en el catálogo de la exposición, una pieza más de los llamados Cuadernos de Arte del Palacio Quintanar. “¿Por qué un elemento cotidiano deja de ser rutinario para convertirse en un estímulo, en una idea sobre al que trabajar durante dos años?”, se pregunta la artista entre escéptica ella misma con su actividad y como si quisiera justificarse.

Efectivamente la actividad creativa, más aún la creatividad artística, se inicia con una idea, y esta se despierta con una mirada concentrada y sorprendida sobre un dato, un elemento, una vivencia, una emoción, una cosa cualquiera, que de repente muestra un “no sé qué” atractivo, emotivo, inquietante, desconcertante, potente… que poco a poco se va transformando en un elemento nuclear, persistente, valioso y significativo a pesar de las apariencias. Así se provoca un trabajo casi obsesivo sobre el desconcertante descubrimiento que acaba de desvelar su pequeño misterio. Y se van descubriendo después las insospechadas posibilidades que ofrece la idea vista. No hay que olvidar que en la Grecia clásica, idea era ese modo peculiar de saber ver, como nos recodara entre otros W. Tatarkiewicz.

El proyecto crece muy por encima de la mera ocurrencia, la idea ilumina el proceso, el arte desborda la mera función, el significado emerge y enriquece el relato. Así el arte, nos dice Marina Llorente, es el modo de “una mejor aprehensión de las cualidades estéticas” de algo, sea lo que sea, incluso una monda de patata. Aprehensión es un término casi olvidado, “captar las formas de las cosas sin hacer juicio de ellas “, pero es un paso y momento fundamental en la filosofía fenomenológica, de E. Husserl a J.-P. Sartre o M. Merleay-Ponty.

El arte está más allá del tema, de la técnica, del objeto, y esta exposición de Marina Llorente logra ejemplificar con su creación un alto grado de modernidad profunda y radical, sin más adjetivaciones.

El encuentro con esa mirada poética es el que nos cuenta Marina Llorente en su texto de presentación y que da sentido al proceso de la exposición que nos enseña. Ella lo llama “estímulo y respuesta”, aunque habría que olvidar las connotaciones conductistas (J.B. Watson) de semejante propuesta, tan alejados de los empeños creativos de Marina Llorente. Es muy poco frecuente que un/una artista cuente con clarividencia y sinceridad el proceso de su proyecto creativo, por eso para algunos esta esfuerzo es ya en sí mismo arte, y Arte con mayúsculas. De alguna forma así surge el conceptualismo, más aún ese componente místico, en sentido de L. Wittgenstein, que el arte contemporáneo ha querido reivindicar y desarrollar más allá de que etiquetas pretenciosas. No es raro que Leopold Bloom, protagonista del Ulises de J. Joyce, llevara una patata en el bolsillo como un talismán, como nos recuerda Parreño.

Emociona el relato de Marina Llorente, “cómo vio algo en aquello que he mirado muchas veces, no una patata y su suculenta materia sino su Monda”. La Monda como entidad propia, su forma imprevisible, flexible, alargada, inconsistente, en parte carnosa y en parte terrosa, rugosa y fea, que ensucia, que se elimina y desprecia.Y que con frecuencia como nos recuerda José Mª Parreño en el mismo catálogo es sinónimo de expresiones hilarantes cuando no despreciativas en la lengua mas popular, “es la monda”, decimos de algo que como mucho es irrelevante, banal, superfluo.

Y de ahí en adelante Marina Llorente se empeña en poner todas sus enormes habilidades técnicas, que son muchas, como el dibujo, la escultura, el diseño diédrico, el grabado, la instalacion, al servicio  del desarrollo de la idea desvelada.. El esfuerzo es grande, las dificultades incontables, los apoyos comprometidos y los resultados magnificos para exponer las mas variadas estrategias de representación artísticas de una simple, caduca, intranscendente, residual monda de patata. Todo esto y más es la exposicion  de Marina Llorente. Una verdadera y sublime leccion de creatividad.

Y este logro de exposición creemos que solo es posible desde una perspectiva artística de mujer, desde un enfoque creativo de género, no por el tema en sí ni por las técnicas empleadas, sino por el proceso creativo, por la mirada alternativa que propone y reivindica dando dignidad y valor a una actividad despreciada e invisivilizada no de productoras o comedoras de patatas, sino de peladoras de patatas.

Y, por favor no olviden de llevarse en el bolsillo su patata talismán, así completamos el ritual de la creatividad.

El Adelantado de Segovia – 17 Enero 2016

29 DESTINOS (UN ENSAYO DE MICROHISTORIA) - Juan Manuel Bonet 2018

[…] De Marina Llorente Coco, pintora de bodegones y floreros, grabadora, fotógrafa, y ella también profesora, recordamos sus finos dibujos en “Saber Leer” , excelente revista, por desgracia desaparecida, que publicaba la Fundación Juan March. En 2016 su Último proyecto se vio sucesivamente en el Ateneo y en el Palacio de Quintanar de su ciudad natal- catálogo prologado por José María Parreño- donde también cabe anotar su presencia , con un grabádo, en la carpeta homenaje a maría Zambrano editada el 1982 por la ya citada Casa del Siglo XV.

En 1990 le dedicó un texto Concha Zardoya, que termina así: “Marina Llorente no busca la poesía de lo absurdo que anhelaba- por ejemplo- Magritte, sino la poesía de la realidad cotidiana que nos acompaña para salvarnos de la soledad metafísica”.

Juan Manuel Bonet.

Cuando un coche o un tostador se estropean una y otra vez, decimos: “es una patata”. Cuando lo hacen en el momento menos oportuno, podemos matizar: “es que es la monda”. Son términos con connotaciones despectivas, que incluso podríamos formular combinados, si la situación fuera verdaderamente ridícula además de catastrófica: “es la monda de una patata”. No se me ocurre tema menos apropiado para convertirlo en escultura, con tantas cosas nobles y hermosas como hay en el mundo.

Una causa, entre otras muchas, por la que las mujeres no han obtenido reconocimiento como artistas a lo largo de los siglos, ha sido por la temática de sus creaciones. Tareas domésticas como limpiar o cocinar, ocupaciones maternales como peinar a un niño o darle el pecho, escenas íntimas y sinceras –esto es, no miradas por un ojo masculino- como lavarse o desvestirse… Temas menores, muy menores, que para nada alcanzaban el rango de las cosas importantes que pintaban los varones, estas sí, propias de un arte que merecía tal nombre: vida callejera, vida social, ejemplos de dignidad o heroísmo, desnudos femeninos o al menos bodegones de caza –una variante de lo anterior.

Al pelar patatas se me queda en las manos un resto de tierra. La carne vegetal recién descubierta está húmeda y se forma en los dedos un barrillo que enseguida quiero lavar. Las mondas -una tira de piel que intenta la espiral y cuya curvatura evoca el volumen oblongo que recubrió- rápidamente se rompen y se aplanan. Las amontono, las arrastro camino de la basura. Si pelas muchas patatas te duelen los dedos de empujar el cuchillo. Es un trabajo monótono. No se necesita para hacerlo ni una pizca de inteligencia. En muchos lugares pelar patatas es la tarea más baja o un castigo. Y sin embargo, la patata que vino de América, en el siglo XVII salvó a Europa de la hambruna. En las culturas andinas el tiempo se medía por lo que se tardaba en cocer una patata. En Alaska sirvió de moneda. Y fue el primer vegetal que se cultivó en una nave espacial.

Leopold Bloom, el protagonista del Ulises (1922) de Joyce, lleva una patata en el bolsillo, como un talismán. El primer cuadro en que se muestra la singular personalidad de Van Gogh se titula Los comedores de patatas (1885). Basten estas dos referencias para colocar la patata en un lugar de honor en la cultura moderna. Pero más allá de esto, aquí esta, recién inaugurado el sigo XXI, y como corresponde a un tiempo que prefiere lo evanescente a lo sólido, lo periférico a lo central, una obra dedicada no ya a la patata (al “delirante marfil fino de las patatas” como escribió Neruda), sino a sus mondas. Mondas de patatas: serpentinas de los basureros. Ese del plural del desperdicio, pues no hay patata que se pele sola. Collar del topo, alfombra de las larvas.

Marina Llorente fabrica delicadas esculturas de bronce patinado, que imitan a la perfección una monda de patata. No contenta con esto, acompaña cada una de ellas con su perspectiva diédrica. Lo que cualquiera de nosotros habría empezado por tirar a la basura para –entonces ya- ponerse a hacer una obra, se convierte precisamente en el tema de la obra. Desde que Tàpies hizo una escultura monumental con un calcetín, no ha habido disparate semejante. Darle tanta importancia a lo que no la tiene es una especie de defecto óptico (pero de la sensibilidad). O un ejercicio de humildad, para acercarse a lo más humilde. Y desde allí, con ello, regresar y abrirle la puertas de los salones. Quizás si aun existen salones, artistas y público es gracias a las patatas. Cuyo hombro blanco amanece tras el striptease de sus mondas. Conmueve ver una peladura de patata analizada y dibujada como si fuera única. Tratada con tanto respeto. Convertida casi en una joya. Rehabilitada la patata y su tiznada piel, nos sentimos rehabilitados todos, que somos tan vulgares como ellas, tan prescindibles, tan poca cosa. Ahora ya también sabemos nosotros que merecemos un lugar en el mundo.

José María Parreño.

Marina Llorente nos brinda unos óleos y dibujos cuidadosamente realizados que, al instante, nos invitan a contemplarlos con atención suma, a fijarnos en cada uno de sus detalles pues de ellos depende – separados y en conjunto – la valoración total de la composición pictórica. No basta esa mirada rápida que es suficiente en tantas exposiciones de hoy. No podemos eliminar volúmenes ni perfiles, ni luces, ni sombras, ni, reflejos, ni combinaciones cromáticas.

Percibimos una voluntad de perfección que sería injusto desdeñar. No nos atrae ninguna magia surrealista, ningún expresionismo más o menos violento, sino un halo poético que emana de la realidad pintada o dibujada. Es una atracción visual y, al mismo tiempo, hondamente lírica. Estos bodegones con sus frutas, flores, jarras de cristal, porcelanas, cerámicas, objetos del vivir cotidiano…, situados en conveniente posición sobre albos manteles o rasa madera, irradian una poesía que, a veces, despierta un leve sentimiento de melancolía – rosas marchitas de rara perfección formal -, pues evocan caducidad pero también amor que sobrevive. Los bodegones con fondo de exultante azul, sólida y compacta composición, en cambio, confortan y exaltan, insertos en un orden pictórico liberado de vacilaciones, en una clara aspiración a la serenidad, seguros ya en el espacio que ocupan y señorean. Belleza sensible y también anímica emana de estos bodegones y dibujos, realizados con dedicación y exactitud. Ni una sola incongruencia irreflexiva es en ellos perceptible, aunque – por otra parte – domina el don de lo sorprendente. Inmediatez y reflexión se conjugan con una luz que, siendo exterior, sugiere interioridades propias. Las atmósferas paisajistas sombrías insinúan estados anímicos, correlaciones espirituales que nos convocan más allá – o más adentro – de lo que vemos pintado: una reja, paredes desconchadas, ventanas que ocultan hogareña intimidad… Leves figuritas humanas afirman su presencia real y poética.

Nunca son superficiales estos paisajes – que culminan en el que podría titularse “La Fuente”, cuadro logradísimo por su intensidad y misterio -, ni estos bodegones de frutas y flores, ni estos coloreados dibujos íntimos o personales. Delicadeza y ternura, cuidada y minuciosa factura testimonian un conocimiento de la buena tradición española y universal, pero demuestran una personalísima interpretación y ejecución de los temas elegidos, pues de ellos se irradia siempre ese halo poético que conmueve y sorprende tanto como esa apurada técnica detallista – casi miniaturista – de unos y el gran sintetismo de otros. Lo que pudiera parecer preciosismo no exento de encanto, es realmente la transfiguración pictórica de un estado anímico, de vivencias, de recuerdos y acaso de hondas simbolizaciones humanas.

Delicadísimas representaciones en que el cristal, el agua, las flores… revelan una finísima sensibilidad y no menos maestría artística. De apagados colores avanza al rotundo cromatismo de azules y naranjas, de verdes y de blancos; del sutilísimo detalle a la sobriedad compacta; de la melancolía a la exaltación máxima de lo vital, a la dureza del bronce… Las texturas pintadas evolucionan desde la fragilidad de unos pétalos marchitos a la corporeidad del volumen rotundo: la pálida levedad se resuelve en un triunfo de la luz y de la materia. Los paños – antes pintados hilo a hilo – ahora son telas sólidas, blancura densa que enmascara su urdimbre o su bordado, en total cohesión con la grave sobriedad alcanzada tras arduo esfuerzo.

Maurice de Vlaminck decía: “¡Tal hombre! ¡Tal pintura! Se lee mas fácilmente el carácter del hombre en su pintura que en las lineas de la mano”. La pintura de Marina Llorente nos evidencia que trabaja con tanto amor que es casi sufrimiento y que éste sólo cesa si ella consigue al fin la calidad deseada, el cuadro soñado.

Ojos atentísimos , mano experta, habilidad técnica, pericia cromática, configuran la personalidad de Marina Llorente. La contemplación detenida de sus oleos u dibujos nos enriquecen sugestivamente. El entorno trasluce un dintorno y una evolución artístico – biográfica, desde la meticulosidad a la síntesis, desde la finura del lápiz y desde la pincelada mínima a la más fluida y amplia, cargada de color y corporeidad.

Marina Llorente no busca la poesía de lo absurdo que anhelaba – por ejemplo – Magritte, sino la poesía de la realidad cotidiana que nos acompaña para salvarnos de la soledad metafísica.

Concha Zardoya.

Para los pueblos primitivos, el sol era la luz del espíritu y la sombra era su “doble negativo”: su alter ego, su alma.

Marina Llorente – desde muy joven- se sintió atraída por ese misterio – “sombra misteriosa” – que implicaba la realidad del mundo y la existencia humana. Y así ha intentado hasta hoy penetrar su sentido: ese lado oscuro de cada objeto y de la individualidad, esa proyección fuera de sí, ese acuerdo – ¿o desacuerdo? – entre la conciencia y la conducta, entre el ser y parecer.

Como pintora – al observar la realidad circundante – ha ido indagando ese dilema esencial. Y con una maestría pictórica admirable, sus cuadros han ido revelando esa especie de ascesit, a veces difícil, para hallar la expresión artística y emotiva, real y tras real, de esa búsqueda. En los cuadros que nos presenta hoy, luz y sombra conviven, se abrazan, se distienden, se proyectan fuera de sí, reflejan lo que no se ve pero que se intuye presente: sin huir, permanecen, sobrepasan lo que son y “trascienden”.

Y siempre con belleza, con singular perfección técnica y cromática.

Infinitud de sombras que vemos o no vemos, enigmáticas, acuciadoras, inquietantes.

Marina Llorente quiere ver más allá o más lejos de lo que mira o siente: sobrepasar los límites de lo que existe- no “virtual”- pero condenado a destrucción. Concede “sobrevida” -poética y estética- a las ramas, las hojas y hasta la piedra solitaria que la lluvia o el viento podrían condenar a ser polvo o nada. Trascendidos, sobreviven y quedan para siempre.

Concha Zardoya.

Palacio Quintanar, el centro de innovación para el diseño y la cultura de la Junta de Castilla y León en Segovia, presenta la exposición: “Estímulo y respuesta”. Una exposición en la que la consagrada artista segoviana, Marina Llorente, eleva las mondas de patata a la categoría de arte”. Esta es la escueta y curiosa nota de prensa de la exposición de Marina Llorente. Leída sin más atención puede parecernos una invitación chocante, rara, extravagante incluso, por el hecho de tomar como tema artístico algo tan caduco, evanescente, banal, residual como la monda de una patata y tener la pretensión de hacer con ella arte. Cualquiera puede pensar que vistas tantas cosas raras como con frecuencia vemos con el apelativo de artístico, esta pudiera ser una más de las tantas rarezas, originalidades, ocurrencias, del llamado arte contemporáneo, al que ya nos faltan adjetivos para nombrar. Alguien despistado pudiera dudar si ir a ver la exposición ofrecida por no tener que responder de nuevo a la cansina pregunta: Pero, ¿esto es arte? Así titula Cynthia Freeland un exitoso ensayo en la editorial Cátedra (Cuadrenos Arte).

Tanto solo les pediría que no precipitaran su juicio y asumieran el nada arriesgado compromiso de ver la exposición de referencia en Palacio de Quintanar. Por otra parte hay una amplia oferta de exposiciones en el viejo caserón palaciego entre las que elegir y dedicar su tiempo con presuntas garantías de acertar. Pero les propongo que vean la exposición de Marina Llorente y les aseguro que se quedarán muy gratamente sorprendidos, es más, llegarán fácilmente a la conclusión de haber visto una de las exposiciones más cuidada, rigurosa, exigente y, a la vez, más laboriosa, conceptual, crítica, creativa y bella que hayan podido ver en Segovia en mucho tiempo. Arriesgo esta invitación con la seguridad de no fallarles.

En la por ahora sala de la chimenea de la primera planta, a falta de otro nombre el remodelado espacio del Palacio Quintanar, expone Marina Llorente y en ella nos regala todo un curso de creatividad, tal y como nos cuenta ella misma en el catálogo de la exposición, una pieza más de los llamados Cuadernos de Arte del Palacio Quintanar. “¿Por qué un elemento cotidiano deja de ser rutinario para convertirse en un estímulo, en una idea sobre al que trabajar durante dos años?”, se pregunta la artista entre escéptica ella misma con su actividad y como si quisiera justificarse.

Efectivamente la actividad creativa, más aún la creatividad artística, se inicia con una idea, y esta se despierta con una mirada concentrada y sorprendida sobre un dato, un elemento, una vivencia, una emoción, una cosa cualquiera, que de repente muestra un “no sé qué” atractivo, emotivo, inquietante, desconcertante, potente… que poco a poco se va transformando en un elemento nuclear, persistente, valioso y significativo a pesar de las apariencias. Así se provoca un trabajo casi obsesivo sobre el desconcertante descubrimiento que acaba de desvelar su pequeño misterio. Y se van descubriendo después las insospechadas posibilidades que ofrece la idea vista. No hay que olvidar que en la Grecia clásica, idea era ese modo peculiar de saber ver, como nos recodara entre otros W. Tatarkiewicz.

El proyecto crece muy por encima de la mera ocurrencia, la idea ilumina el proceso, el arte desborda la mera función, el significado emerge y enriquece el relato. Así el arte, nos dice Marina Llorente, es el modo de “una mejor aprehensión de las cualidades estéticas” de algo, sea lo que sea, incluso una monda de patata. Aprehensión es un término casi olvidado, “captar las formas de las cosas sin hacer juicio de ellas “, pero es un paso y momento fundamental en la filosofía fenomenológica, de E. Husserl a J.-P. Sartre o M. Merleay-Ponty.

El arte está más allá del tema, de la técnica, del objeto, y esta exposición de Marina Llorente logra ejemplificar con su creación un alto grado de modernidad profunda y radical, sin más adjetivaciones.

El encuentro con esa mirada poética es el que nos cuenta Marina Llorente en su texto de presentación y que da sentido al proceso de la exposición que nos enseña. Ella lo llama “estímulo y respuesta”, aunque habría que olvidar las connotaciones conductistas (J.B. Watson) de semejante propuesta, tan alejados de los empeños creativos de Marina Llorente. Es muy poco frecuente que un/una artista cuente con clarividencia y sinceridad el proceso de su proyecto creativo, por eso para algunos esta esfuerzo es ya en sí mismo arte, y Arte con mayúsculas. De alguna forma así surge el conceptualismo, más aún ese componente místico, en sentido de L. Wittgenstein, que el arte contemporáneo ha querido reivindicar y desarrollar más allá de que etiquetas pretenciosas. No es raro que Leopold Bloom, protagonista del Ulises de J. Joyce, llevara una patata en el bolsillo como un talismán, como nos recuerda Parreño.

Emociona el relato de Marina Llorente, “cómo vio algo en aquello que he mirado muchas veces, no una patata y su suculenta materia sino su Monda”. La Monda como entidad propia, su forma imprevisible, flexible, alargada, inconsistente, en parte carnosa y en parte terrosa, rugosa y fea, que ensucia, que se elimina y desprecia.Y que con frecuencia como nos recuerda José Mª Parreño en el mismo catálogo es sinónimo de expresiones hilarantes cuando no despreciativas en la lengua mas popular, “es la monda”, decimos de algo que como mucho es irrelevante, banal, superfluo.

Y de ahí en adelante Marina Llorente se empeña en poner todas sus enormes habilidades técnicas, que son muchas, como el dibujo, la escultura, el diseño diédrico, el grabado, la instalacion, al servicio  del desarrollo de la idea desvelada.. El esfuerzo es grande, las dificultades incontables, los apoyos comprometidos y los resultados magnificos para exponer las mas variadas estrategias de representación artísticas de una simple, caduca, intranscendente, residual monda de patata. Todo esto y más es la exposicion  de Marina Llorente. Una verdadera y sublime leccion de creatividad.

Y este logro de exposición creemos que solo es posible desde una perspectiva artística de mujer, desde un enfoque creativo de género, no por el tema en sí ni por las técnicas empleadas, sino por el proceso creativo, por la mirada alternativa que propone y reivindica dando dignidad y valor a una actividad despreciada e invisivilizada no de productoras o comedoras de patatas, sino de peladoras de patatas.

Y, por favor no olviden de llevarse en el bolsillo su patata talismán, así completamos el ritual de la creatividad.

El Adelantado de Segovia – 17 Enero 2016

[…] De Marina Llorente Coco, pintora de bodegones y floreros, grabadora, fotógrafa, y ella también profesora, recordamos sus finos dibujos en “Saber Leer” , excelente revista, por desgracia desaparecida, que publicaba la Fundación Juan March. En 2016 su Último proyecto se vio sucesivamente en el Ateneo y en el Palacio de Quintanar de su ciudad natal- catálogo prologado por José María Parreño- donde también cabe anotar su presencia , con un grabádo, en la carpeta homenaje a maría Zambrano editada el 1982 por la ya citada Casa del Siglo XV.

En 1990 le dedicó un texto Concha Zardoya, que termina así: “Marina Llorente no busca la poesía de lo absurdo que anhelaba- por ejemplo- Magritte, sino la poesía de la realidad cotidiana que nos acompaña para salvarnos de la soledad metafísica”.

Juan Manuel Bonet.

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