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ÓLEOS Y DIBUJOS

Marina Llorente nos brinda unos óleos y dibujos cuidadosamente realizados que, al instante, nos invitan a contemplarlos con atención suma, a fijarnos en cada uno de sus detalles pues de ellos depende – separados y en conjunto – la valoración total de la composición pictórica. No basta esa mirada rápida que es suficiente en tantas exposiciones de hoy. No podemos eliminar volúmenes ni perfiles, ni luces, ni sombras, ni, reflejos, ni combinaciones cromáticas.

Percibimos una voluntad de perfección que sería injusto desdeñar. No nos atrae ninguna magia surrealista, ningún expresionismo más o menos violento, sino un halo poético que emana de la realidad pintada o dibujada. Es una atracción visual y, al mismo tiempo, hondamente lírica. Estos bodegones con sus frutas, flores, jarras de cristal, porcelanas, cerámicas, objetos del vivir cotidiano…, situados en conveniente posición sobre albos manteles o rasa madera, irradian una poesía que, a veces, despierta un leve sentimiento de melancolía – rosas marchitas de rara perfección formal -, pues evocan caducidad pero también amor que sobrevive. Los bodegones con fondo de exultante azul, sólida y compacta composición, en cambio, confortan y exaltan, insertos en un orden pictórico liberado de vacilaciones, en una clara aspiración a la serenidad, seguros ya en el espacio que ocupan y señorean. Belleza sensible y también anímica emana de estos bodegones y dibujos, realizados con dedicación y exactitud. Ni una sola incongruencia irreflexiva es en ellos perceptible, aunque – por otra parte – domina el don de lo sorprendente. Inmediatez y reflexión se conjugan con una luz que, siendo exterior, sugiere interioridades propias. Las atmósferas paisajistas sombrías insinúan estados anímicos, correlaciones espirituales que nos convocan más allá – o más adentro – de lo que vemos pintado: una reja, paredes desconchadas, ventanas que ocultan hogareña intimidad… Leves figuritas humanas afirman su presencia real y poética.

Nunca son superficiales estos paisajes – que culminan en el que podría titularse “La Fuente”, cuadro logradísimo por su intensidad y misterio -, ni estos bodegones de frutas y flores, ni estos coloreados dibujos íntimos o personales. Delicadeza y ternura, cuidada y minuciosa factura testimonian un conocimiento de la buena tradición española y universal, pero demuestran una personalísima interpretación y ejecución de los temas elegidos, pues de ellos se irradia siempre ese halo poético que conmueve y sorprende tanto como esa apurada técnica detallista – casi miniaturista – de unos y el gran sintetismo de otros. Lo que pudiera parecer preciosismo no exento de encanto, es realmente la transfiguración pictórica de un estado anímico, de vivencias, de recuerdos y acaso de hondas simbolizaciones humanas.

Delicadísimas representaciones en que el cristal, el agua, las flores… revelan una finísima sensibilidad y no menos maestría artística. De apagados colores avanza al rotundo cromatismo de azules y naranjas, de verdes y de blancos; del sutilísimo detalle a la sobriedad compacta; de la melancolía a la exaltación máxima de lo vital, a la dureza del bronce… Las texturas pintadas evolucionan desde la fragilidad de unos pétalos marchitos a la corporeidad del volumen rotundo: la pálida levedad se resuelve en un triunfo de la luz y de la materia. Los paños – antes pintados hilo a hilo – ahora son telas sólidas, blancura densa que enmascara su urdimbre o su bordado, en total cohesión con la grave sobriedad alcanzada tras arduo esfuerzo.

Maurice de Vlaminck decía: “¡Tal hombre! ¡Tal pintura! Se lee mas fácilmente el carácter del hombre en su pintura que en las lineas de la mano”. La pintura de Marina Llorente nos evidencia que trabaja con tanto amor que es casi sufrimiento y que éste sólo cesa si ella consigue al fin la calidad deseada, el cuadro soñado.

Ojos atentísimos , mano experta, habilidad técnica, pericia cromática, configuran la personalidad de Marina Llorente. La contemplación detenida de sus oleos u dibujos nos enriquecen sugestivamente. El entorno trasluce un dintorno y una evolución artístico – biográfica, desde la meticulosidad a la síntesis, desde la finura del lápiz y desde la pincelada mínima a la más fluida y amplia, cargada de color y corporeidad.

Marina Llorente no busca la poesía de lo absurdo que anhelaba – por ejemplo – Magritte, sino la poesía de la realidad cotidiana que nos acompaña para salvarnos de la soledad metafísica.

Concha Zardoya – 23-IX-1990.

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